No somos los mismos. Tanta sangre zigzagueando entre pliegues de memorias y olvidos nos dejó un hueco en las manos. Una sala vacía repleta de piedras que aún hoy esquivamos a los ponchazos, como podemos, hijos de llantos e impiedades, manojos de entrañas casi resecas, pero que todavía despiden el hedor.
¿Cómo pensarnos sin estos 30 años? ¿Cómo escribir algún vértice de lo que somos sin transitar la mirada por las banquinas de la tortura y el secuestro, la desmesura del horror? ¿Es que acaso el tiempo no nos ha perdonado que el 24 de marzo todavía esté allí, erguido en su tozudez macabra?
Tal vez convocando al olvido, creyendo que podemos ser sin lo que fuimos. Tal vez ejercitando batallas de nostalgias, pretendiendo conjurar el recuerdo de lo que no fue.
Vano. Poder pensarnos, 30 años después, implica conocer la evidencia de que intentarlo es en vano por donde se lo mire, implica reconocer que no podemos ser un presente sin este 30 años pasados.
Poder pensarnos hoy significa poder pensar cuánto ayer queda en este hoy, dimensionar este tiempo-espacio con la perspectiva de que hoy somos, estamos, padecemos y queremos con lo que en estos 30 años fuimos, estuvimos, padecimos y quisimos. Pero pensarnos implica hoy más que nunca ser hoy, reconocernos como presentes, como un gran presente que nos contiene, a los que somos y a los que ya no están.
En la sala vacía, vamos acomodando aquellas piedras y estos tropezones. Los milicos asesinos y sus cómplices de ayer y hoy hubiesen querido que nos quedemos recordando aquellos ayeres. La memoria de los compañeros nos sacude la modorra y nos dice que el pasado no son huellas sino pies de carne y hueso que caminan por las calles, por las veredas y por el barro de las calles sin veredas. Por estas sendas, todavía caminan hoy los asesinos, pero también caminamos nosotros, 30 años después, queriendo pensarnos 30 años después.
Es por eso que pensarnos 30 años después no nos da derecho a mirar el ayer y cerrar los ojos en el hoy. Aquel pasado cobra sentido en tanto podamos mirar aquel pasado presente en nuestro hoy, las huellas del horror y las marcas vivas de estos horrores, los de las miserias de hoy, los de los crímenes de hoy, los de las opresiones de hoy, los de los saqueos de hoy, los de las devastaciones de hoy, los de las vergüenzas de hoy y los de las impunidades de hoy.
No somos los mismos. Poder pensarnos hoy, 30 años después, no es un homenaje ni un recital de rock. No es un afiche en las calles ni subirse al púlpito de los que hoy, 30 años después, perpetúan las injusticias de aquel ayer de sangre y miedo.
Pensarnos hoy, 30 años después, es desintegrar hoy aquel ayer, es luchar para que ayer y hoy dejen de ser equivalentes.
Nosotros no somos los mismos.
¿Cómo pensarnos sin estos 30 años? ¿Cómo escribir algún vértice de lo que somos sin transitar la mirada por las banquinas de la tortura y el secuestro, la desmesura del horror? ¿Es que acaso el tiempo no nos ha perdonado que el 24 de marzo todavía esté allí, erguido en su tozudez macabra?
Tal vez convocando al olvido, creyendo que podemos ser sin lo que fuimos. Tal vez ejercitando batallas de nostalgias, pretendiendo conjurar el recuerdo de lo que no fue.
Vano. Poder pensarnos, 30 años después, implica conocer la evidencia de que intentarlo es en vano por donde se lo mire, implica reconocer que no podemos ser un presente sin este 30 años pasados.
Poder pensarnos hoy significa poder pensar cuánto ayer queda en este hoy, dimensionar este tiempo-espacio con la perspectiva de que hoy somos, estamos, padecemos y queremos con lo que en estos 30 años fuimos, estuvimos, padecimos y quisimos. Pero pensarnos implica hoy más que nunca ser hoy, reconocernos como presentes, como un gran presente que nos contiene, a los que somos y a los que ya no están.
En la sala vacía, vamos acomodando aquellas piedras y estos tropezones. Los milicos asesinos y sus cómplices de ayer y hoy hubiesen querido que nos quedemos recordando aquellos ayeres. La memoria de los compañeros nos sacude la modorra y nos dice que el pasado no son huellas sino pies de carne y hueso que caminan por las calles, por las veredas y por el barro de las calles sin veredas. Por estas sendas, todavía caminan hoy los asesinos, pero también caminamos nosotros, 30 años después, queriendo pensarnos 30 años después.
Es por eso que pensarnos 30 años después no nos da derecho a mirar el ayer y cerrar los ojos en el hoy. Aquel pasado cobra sentido en tanto podamos mirar aquel pasado presente en nuestro hoy, las huellas del horror y las marcas vivas de estos horrores, los de las miserias de hoy, los de los crímenes de hoy, los de las opresiones de hoy, los de los saqueos de hoy, los de las devastaciones de hoy, los de las vergüenzas de hoy y los de las impunidades de hoy.
No somos los mismos. Poder pensarnos hoy, 30 años después, no es un homenaje ni un recital de rock. No es un afiche en las calles ni subirse al púlpito de los que hoy, 30 años después, perpetúan las injusticias de aquel ayer de sangre y miedo.
Pensarnos hoy, 30 años después, es desintegrar hoy aquel ayer, es luchar para que ayer y hoy dejen de ser equivalentes.
Nosotros no somos los mismos.
Nosotros no olvidamos. Nosotros no perdonamos, nosotros no nos reconciliamos.
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