lunes, 8 de noviembre de 2004

avalancha

parece que el oxígeno
finalmente va a llegar

entonces un primer movimiento de labios;
y tras ellos la mandíbula
comienza a ensancharse
para que penetre,
frío,
pétreo,
el aire del exterior.

me veo entrar en el calor de la casa
alguien espera, tras un libro
junto al fuego
confortable o distraído, mi llegada

sonrío buscando
respuesta en esas miradas,
recuerdos de donde nunca estuve

y aspiro y trato de gritar
pero despierto
y el ahogo me devuelve
a la sombra
de esta verdadera razón:
la oscuridad
(esta calle donde tus ojos no pueden siquiera asomarse)

donde nadie mira mis miradas
donde nadie sonríe mi sonrisa
donde ningún oxígeno penetra
mis pulmones;
que lentos
pero inexorablemente,
se apagan.

en mi frío,
otros fríos
que ayer se creyeron aire,
mueren conmigo.

ya calló el tronar de la avalancha
una calma comienza a inundar el valle
y las miradas punzan un nuevo norte;
buscan nuevos valles
y nuevos truenos

entonces comprendo
que aquí estaré siempre
bajo esta mortaja
sin aire
solo

la búsqueda ha terminado,
entonces comprendo,
en un último rapto de infundada razón,
en la bocanada final de mi pretendida lucidez,
justo antes que la última molécula de aire
se digne a ingresar por esta boca,
que ya nadie vendrá por mi.



8 de noviembre de 2004