sábado, 25 de octubre de 2003

conciertos

Lo veía pasar todos los jueves. Corría la cortina para espiarlo y se ponía colorada, aún cuando sabía que nadie la veía. Pero la sola sensación de observar a ese hombre flaco y de andar desgarbado, la ruborizaba un poco. Lo que sí sabía perfectamente era que su padre le tenía absolutamente prohibido hablar con él; ni siquiera lo ablandaba el hecho de que ese muchacho, el hijo de Don Esteban, obrero del frigorífico Swift Armour, tocara el piano como nadie en el barrio.
Y era eso lo que ella más admiraba, porque se sentía incapaz de hacerlo, por más que su padre la hubiera hecho estudiar en el conservatorio, por más que hubiese pasado 8 meses en Ginebra con los mejores profesores de piano del mundo.
Así de diferentes eran sus mundos: ella (Alicia es su nombre) única hija del banquero Frank Osserman, la que vivía en la mansión más lujosa del barrio, la que iba cada día al Instituto de la Medalla Milagrosa conducida por su chofer a bordo de un lujoso Ford Fairlane; él (Mario era su nombre) había hecho la primaria en la N° 12, la escuela del barrio, y viajaba en el colectivo 503 para asistir a Bellas Artes.
Alicia nunca había escuchado a Mario tocar el piano, ni había hablado nunca con él. Además de la estricta prohibición de su padre, ella, con sus 16 años, era muy tímida como para acercarse a ese muchacho que ni siquiera le resultaba demasiado atractivo. Lo que la conmovía era saber (todos en el barrio lo sabían) que Mario tocaba el piano como nadie, que tocaba Chopin a primera vista, y que en sus conciertos en la Cultural, sus vecinos se ponían de pié para aplaudir los preludios de Liszt o los conciertos de Rachmaninoff.
Lo que ella no sabía (como tantas otras cosas que nunca supo) era que, además, Mario se juntaba con sus amigos y tocaba otra música. Hacía apenas un par de años que en las disquerías del centro habían aparecido los discos de algunos conjuntos nuevos, con músicos de pelo largo y ritmos excitantes, y Mario sentía que con esa música podía expresar otras cosas que le estaban pasando, y que no sabía muy bien por qué le pasaban.
Tampoco sabía Alicia el porqué de la prohibición de su padre. Más de una vez le escuchó decir que Don Esteban era peronista, pero no tenía la menor idea de lo que eso quería decir, y mucho menos se imaginaba la razón para no acercarse a esa gente que parecía tan buena, que disfrutaba del Concierto de Piano en DO mayor n° 21 de Mozart, tanto como ella lo disfrutaba.
Por aquellos años, Mario empezó a pensar en otras cosas. La música, su pasión, empezó a ocupar cada vez menos tiempo en sus actividades. Nuevas pasiones lo conmovían; probablemente estuvieran allí desde antes, pero nunca lo habían desvelado tanto como ahora con sus 18 años. Eran tiempos en los que cambiar al mundo parecía no ya meramente algo alcanzable, sino una obligación.
Mario se había formado intelectualmente junto a los sacerdotes capuchinos, para quienes la opción por los pobres que el Evangelio señala era toda una elección de vida. Así lo había sentido en los cursillos a los que había asistido, pero ahora sentía que esa opción requería de él otros compromisos, otras apuestas que estaba dispuesto a afrontar, poniendo en riesgo su propia vida, si fuera necesario.
Con el tiempo, Alicia dejó de ver a Mario a través de su ventana. El muchacho flaco y desgarbado dejó de aparecer por el barrio, y si bien le llamaba la atención, nunca se preguntó qué había sido de él.
Lo recordó una tarde de 1974, cuando eligió el Concierto para piano en DO mayor n° 21 de Mozart para su casamiento.
Lo recuerda de vez en cuando, cuando les habla a sus hijos y les cuenta que ése es su concierto favorito, y que también era el de su padre, el banquero Frank Osserman, secuestrado el 12 de noviembre de 1975 por un comando del Ejército Revolucionario del Pueblo.
Lo recuerda porque ella sabía que el Concierto para piano en DO mayor n° 21 de Mozart era también el concierto preferido de Don Esteban y de Mario, ese muchacho flaco y desgarbado al que, si bien no sabe por qué, su padre le tenía prohibido ver, y que un día dejó de aparecer por el barrio, por motivos que, como tantas otras cosas en su vida, Alicia nunca supo.

sábado, 18 de octubre de 2003

las bolas de los bolitas

La pacatería argentina ha tenido la costumbre histórica de encerrar universos enteros de significantes contenidos en una sola palabra. Durante el decanato infame –vaya uno a saber por qué– tuvo especial desarrollo el concepto de “trucho”. Esta costumbre nacional ha sido aplicada con particular énfasis en discriminaciones, persecuciones y reacciones varias. Así, nuestro vocabulario se vio enriquecido con adjetivos discriminativos tales como “cabeza”, “subversivo”, “gallego”, “grasa”, “peroncho”, “zurdo” y una gran multiplicidad de etcéteras.
Pero si una palabra define la acumulación de racismo, violencia, soberbia, ignorancia y desprecio por lo diferente, esa palabra –claro está– es “bolita”. Bolita es la síntesis de lo que los argentinos no somos ni queremos ser. Bolita es negro y es pobre. Bolita es la síntesis de los “otros”. Bolita es alguien de quien se puede abusar desde cualquier lugar de poder, en especial “nosotros” que somos tan “piolas”, que vestimos a la europea y andamos en 4x4. Bolita es la feria, nosotros somos el “shopping”. Bolita son ajices y limone’, nosotros somos lomo Hereford. Bolita es petiso y gordito, nosotros somos altos, rubios y de ojos celestes. Bolita es indígena, nosotros: orgullosa sangre europea.
Bolita nunca es ingeniero, odontólogo o licenciado en marketing, como “nosotros”; Bolita es siempre albañil o verdulero, pocero o traficante de drogas. Podrían pasar por tintoreros, ya que tienen los ojos medio achinados, pero son demasiado negritos para eso y cualquier porteño bien pensante se daría cuenta del engaño.
Por supuesto, para completar la cosmogonía, Bolita es sucio, piojoso, ladrón y de no confiar. Además, se sabe, viven con muy poco, entonces le quitan el trabajo a los “nosotros” porque cobran sueldos menores, y usan “nuestros” hospitales.
Sin embargo, en los últimos días resultó que, además de las ferias y las puertas de los hipermercados, había Bolitas en otra parte. Y muchos!!
Y resulta que salieron de las minas y los socavones, de cuidar llamas y vicuñas, de cultivar la coca y el maíz. Dejaron por un rato las islas del sol y de la luna, las selvas del oriente y las altiplanicies del occidente, los pantanos del norte y los salares del sur.
Salieron por la Puerta del Sol de Tiahuanaku, de Coroico y de Oruro, de Cochabamba y de Potosí, de Santa Cruz y de Sucre, de Uyuni y de Copacabana, de Vallegrande y de El Alto.
Y resulta que estos morochos y estas morochas con sus polleras de colores y sus zandalias, con sus huahuas y sus bolsones de coca; estos hijos de la tierra, tienen una dignidad más alta que el Huayna Potosí, una nobleza más profunda que las minas del Cerro Rico y unos huevos más grandes que el Lago Titicaca[1].
Y resulta que los Bolitas se cansaron de cagarse de frío mientras los señores del poder negociaban el gas natural para que se calienten los pies los gringos. Se cansaron y dijeron NO!!. Se cansaron y salieron a la calle y dijeron NO!! Y les dieron palos y dijeron NO!! y les mataron a sus hermanos y dijeron NO!! y los invitaron a “negociar” y dijeron NO!!
Resulta que estos Bolitas, negros, achinados, sucios, piojosos, coqueros, mansos, sumisos, pobres, indios, petisos, gorditos, verduleros, albañiles y recolectores de basura no quieren seguir entregando lo que les queda en el fondo de la tierra. Allí, donde se acumulan los cuerpos de los millones de indígenas que extrajeron la plata para que Europa primero, y otros mundos después, puedan tener el nivel de vida que hoy tienen. Para que –al cabo– puedan haber nacido empresas como Repsol, Shell, Exxon, Texaco, Standard Oil, que sacan el gas y el petróleo para que puedan calentar sus pies los plomeros de Minesotta y los jubilados de Lyon.
Probablemente los Bolitas no sepan de estos nombres raros. No olvidemos que además, son analfabetos, no saben lo que es el Dow Jones y el Nikkei, hablan en lenguas incomprensibles, pero les ponen a sus hijos nombres tales como Johnatan y Brian.
Por eso, probablemente, se cansaron y dijeron NO!!
Por eso echaron a su Presidente, quien seguramente es al menos un poco más blanquito y más alto y sabe hablar en inglés y conoce lo que significa “Price & Waterhouse”. “Nosotros”, probablemente, nunca llamaríamos Bolita a ese señor presidente.
Por eso no son como nosotros.
Por eso, porque son Bolitas.


18 de octubre de 2003

[1] cuando éramos chicos, había un chiste muy inteligente que decía: Perú y Bolivia comparten el Lago Titicaca, en Perú se llama “Titi” y en Bolivia se llama “Caca”…

viernes, 15 de agosto de 2003

claustrofobia

me da claustrofobia
cuando no estas

me da frio cuando no estas
y me da calor
cuando estas

me da hambre
cuando no estas
y ganas de comer
cuando estas

me da insomnio cuando no duermo con vos
me da sueño
cuando no duermo con vos
me dan ganas de verte
cuando no estas
y me dan ganas de verte
cuando estoy con vos

entonces
te miro
te como
te sueño
te veo

mirémonos
comámonos
soñémonos
veámonos

ternuremos
y fotografiemos
y musiquemos
y mapeemos
y tormenteemos
y patagoniemos

mirarte
comerte
soñarte
verte

claustrofobia???
si, la de tu ausencia

encierro infinito
el de tu vacío

15 de julio de 2003

martes, 29 de julio de 2003

patagonias

No puedo dejar de pensar en vos
Y en la Patagonia
O sea, no puedo dejar de pensar en vos
Pensé mucho en el siglo y medio
que pasamos juntos ayer;
fue bastante corto
Pienso en esos largos silencios,
en tu dioses, en nuestras pieles.
Pienso en las curvas de tu cuaderno y la poesía de tu cuerpo
A veces, cuando estoy en la montaña,
en un apriete profundo contra
los contrafuertes de mi mundo interior,
cuando mis orejas se aplastan
contra mi cabeza
para morigerar los ventisqueros de la historia,
grito
Grito fuerte, y nada se oye. El viento se lleva mis palabras y mi
aliento
Frente a la magnificencia del paisaje mis gritos no se oyen
Tal vez provenga de allí la insistencia en nombrar tu belleza
Justificar y tranquilizar mi silencio
en virtud de tal virtud
Saber que, por más que lo intente,
no podré decir nada
Y tal vez ahora,
salido que hubo el sol y pronto a encerrarse nuevamente en su lecho oscuro,
pueda estar escribiendo
frente a la pantalla, fuera tu mirada del horizonte de la mía, las palabras aparecen,
giran sobre sus ángulos, se expanden en ondas rectas
Golpean a las puertas de mis dedos
y pugnan
por salir
Son ellas, no te preocupes
Yo no tengo mucho que ver
He visto entonces las palabras de estas patagonias
He visto el sombrero que oscurece el hongo de hielo del Cerro Torre
Me han hecho saber de un ombligo sabroso a sus pies, donde una
pequeña laguna registra y acumula la humedad de mis besos
Contaron de brazos blancos
que se desprenden de un gran
blanco continente de hielo
Hielo blanco, hielo fogoso
Sobre unas sabanas, salieron a pasear palabras amesetadas
y boscosas,
glaciares y acantiladas
Palabras precámbricas y pleistocénicas
alóctonas y andinas
Y me cuentan de unos vinos
que inventan palabras que se arremolinan
tras unos ojos de miel
Son elixires milenarios,
y contienen cepas
puelches y araucanas
Dicen por ahí, que sus vapores provocan
efectos extraños
Que quien lo bebe desata
poderosas tormentas de ternura sobre las geografìas
que lo rodean
Dicen que su poder es tan vasto
pero tan misterioso
que aquel que lo deguste sufre alucinaciones,
se retuerce y maldice,
es azotado por miedos inútiles;
se hace acreedor de temores fatuos,
incomprensibles
Pero pasadas las postrimerías
de esos alcoholes,
solo queda espacio
y tiempo para nuevas palabras,
y nuevos placeres que de allí emanan.
Por mi parte,
apenas si navego un tanto aturdido entre tus ojos y el Paso de las Nubes
Traspongo lentamente el tiempo
entre los sonidos de tu palabray la laguna Hosseus
Tus patagonias y mis patagonias
Así, en minúscula, acentuando su carácter sustantivo
Y repaso:
-Un coihue caído a orillas del Lago Hess
-La aguja Innomiatta, rincón desconocido pero tan sabido.
Los mapas de mi mente, los recuerdos de donde nunca estuve.
-Las imàgenes de tus viajes.
Tus ojos una vez más clavados como piquetas en los hielos del Upsala
Ojos color viento, que transportan desde los paralelos australes la belleza que jamás pude ver.
Tu memoria hendida en mi
Un cuerpo crepuscular que derrite nieves en Buenos Aires y en La Plata, en el Glaciar Agassiz y en el Volcán Lautaro
Patagonias de tu dulzura. Morrenas de azúcar fluyendo
entre mis dedos
Fumarolas de sangre caliente en mis párpados
y en mi sien
Recuerdos del presente, que comenzó quien sabe cuándo entre las paredes granodiorìticas de una oficina céntrica
Estos vinos, aquellos olores, estas distancias
Fronteras cruzadas
Zanjas transitadas por los puntos cardinales de su centro preciso
Eso tengo, eso oigo con cada palabra que se pronuncia
Verticales horizontes, gravedad infinita
desde la cumbre
hasta el llano
Llanura de mi silencio
Acarreo volcánico de tu voz
Montañas y palabras. Montañas de palabra
Tu ser, tu tibia poesía
Paisaje añorado
Tus miedos y los míos
Eso tenemos. Y una ventana abierta
Podremos ver algo detrás de la luz que la contiene?
Ojalá vuelvan pronto tus ojos y traigan los vientos que transportan
Ojalá despejen el horizonte
de mi tiempo
Tan llano, tan terreno
Ojalá descubran la nube de las cimas
Amo verlas despejadas
julio de 2003
(PD: gracias por estas patagonias; pensé en vos y abrí una pequeña cajita de madera tallada en Raulì. Sabés que había? multitud de pequeños besos)

lunes, 21 de julio de 2003

ríos negros

juntar los pedazos que nos hacen posibles
una piedra, un trozo de madera,
una porción de fuego
y la grieta penetra y penetra
la roca marmórea

buscar el punto infinito en el centro del universo
roca, madera,
fuego
un patrón que me permita ubicarme
latitud, longitud
grados, minutos, segundos

tu vos, tu olor
roca, madera, fuego
sol de invierno
torrente de cordillera,
limos, arenas

un cruce, ninguna parte
un río que separa las vidas
las de acá y las de allá
ubicarse en algún lugar
el cristal que contiene la verdad de la historia
en uno de esos cristales
en alguna playa
en algún mar
en algún planeta
en alguna galaxia
en algún universo

ritmo que marca su huella en las arenas
una casa, un fogón
un río de nuevo, viejo río
voces mapuches y tehuelches
cardos anclados en esas playas
nuestras patagonias
relictos de mares arcaicos
contrafuertes de vientos
centros anticilónicos
pacíficos
40 bramadores
humedad que trepida la atmósfera
alcanza su cúspide
se desplaza
se precipita
país de nieve
nieve
esculturas de hidrógeno y oxígeno
solares minados
puertos de fantasías acumuladas
páginas de epopeya
árboles trasplantados
superficies jabonosas

voy y vengo,
de aquí para allá
ubicarme
entre el valle y la cima
subir y bajar
minerales y capilares
un conducto, un destino
soles que maduran el placer
se hacen copa
se vierten en paladares
una casa, un fogón
chacras de recuerdo
paisajes de tu aliento
yacer, recurrir

tu sillón
tu libro
tu copa
tu vino
tu chacra
tu fuego
tu compañía
mi nostalgia

que disfrutes de las lunas
que bebas ríos negros
que te calientes con fuegos de araucanía

yo con mi vaso,
mi vino
la palabra
el libro
país de nieve
es que realmente estamos lejos?

21 de julio de 2003

jueves, 17 de julio de 2003

preguntas que nos unen

¿Qué distancia hay entre el Lago Rucachoroi y tu ombligo?
¿Cuánto hay entre una araucaria y tu piel?

¿Cuánto es lo que separa la mendicidad de los mapuches de la dignidad de tu palabra?

¿Cuánto se tarda en llegar desde la Laguna El Trébol hasta tu corazón?

¿Qué cuesta mas caro, un peaje en Dock Sud o unos piñones asados en Aluminé?

¿Qué potencia tiene el viento del sabor de la trucha a la manteca negra del Lago Ñorquinco del color de la melena de tus ojos?

¿Quiénes cantan mejor las notas del atardecer rojizo del rudio de las pisadas de las hojas que se quiebran ante mi paso en tu reposo?

17 de julio de 2003

domingo, 29 de junio de 2003

cosas que me pasan

Generalmente no me levanto demasiado temprano.
Deambulo un poco por ahí, mientras se calienta el agua para el mate, y ando medio tonto por un buen rato.
Si me acuerdo, riego las plantas.

Hoy en la radio, dijeron que hay una guerra.

Después el día aparece y una cierta rutina va invadiendo cada rincón: la ducha, el trabajo, el viaje.
Lo más difícil es arrancar de casa cuando estoy escuchando buena música. No hay caso, no me puedo despegar, inclusive la mayoría de las veces dejo el equipo prendido, que la música siga sonando, me da pena interrumpir tanta belleza. De todos modos, nunca sufro tanto como cuando escucho la novena sinfonía de Beethoven. El cuarto movimiento y el coro final son terribles, no hay cómo abandonar esos sonidos.

De vez en cuando, si el ánimo lo permite, me trenzo con el diario
Puteo un poco, me caliento, ando un poco de aquí para allá, me relajo un poco con la sección de deportes. Me gusta cuando los argentinos meten goles en Europa. No sé, puede ser medio chauvinista, pero me gusta. Pareciera como si eso nos hiciera mejores. Que pavada.

Dicen que están arrojando bombas inteligentes. Que extraño, yo siempre pensé que la inteligencia era otra cosa.

Hacia el mediodía me agarra un hambre terrible. No hay demasiado para elegir, pero me las arreglo: milanesas, ensalada, una tarta, un pollito grille (la ensalada nunca trae condimentos)

En la terraza de enfrente hay dos nenas que juegan a que barren el piso.

En el colectivo suelo aburrirme bastante. Si leo, me duermo enseguida, así que apenas si paso un par de hojas. El viaje es siempre el mismo, sin embargo, me gusta pensar que soy un turista que va descubriendo cada lugar, cada recodo. Con el pasar de los días y el cambio de estación, cambian los colores, reaparecen los verdes.
Pero las horas pasan igual, esté aburrido o entretenido.
Cuando lo logro (por la hora) escucho a Victor Hugo en la radio. También me despeja. Me encanta cuando hacen preguntas sobre partidos de hace 20 años y los tipos se saben todos los datos. Se pelean, discuten. Es bárbaro.
Pero yo no sé nada de futbol. Apenas si empecé a prestarle atención hace algunos años, cuando la aparición de Maradona me hizo descubrir que eso existía y era una belleza.

Lo que no entiendo es por qué si cuando la autopista cruza el riachuelo aquel edificio se ve de frente, y yo desde acá lo veo de costado. No entiendo.

Fuera de esto, no hay demasiados acontecimientos importantes: como, duermo, sueño, me baño y voy al baño, trabajo y descanso como cualquier otro mortal.

Lo de esta guerra me suena. Ya otras veces invadieron países, mataron gente y destruyeron ciudades en nombre de la paz y la libertad. Pero me sigue pareciendo extraño, debo tener algún problema de entendimiento, las palabras no son lo que eran antes.

Hace dos años fui a Bolivia, y estuvimos parados con el micro durante 9 horas.

Me contó un amigo que su hijita le preguntó: -¿pero cómo? ¿tiran bombas donde hay nenes?

Hago lo que hace la mayoría de la gente común, me río y sufro como la mayoría de la gente común. Veo películas muy de vez en cuando y los libros los tengo medio abandonados.
Se comprenderá que no tengo una vida demasiado agitada. Tengo mi rutina y mi tiempo de ocio. Tengo mañanas felices y tardes oscuras. Hay días nublados y días de sol. Fuera de eso, nada extraordinario.

Son masivas las armas que destruyen las armas de destrucción masivas?

jueves, 13 de febrero de 2003

de por qué te nombro

Te nombro
Nombro tu cuerpo dormido entre aureolas verdes y celestes
Nombro los brillos plateados que te alejan
de la historia
Te nombro
Juegos de luz, caleidoscopios enterrados en la sangre
que escapan entre la tristeza
Arcos de violín, brotes de savia entre la hojarasca de la noche oscura,
entre el vapor de la entraña.

Te nombro
cuando hundo el tiempo rasgando los vestidos de tu continente
cuando bebo el frío torrente,
cuando manchan las estacas áridas los picos nevados de tu luna.

Pasos en derredor
Trémulas cascadas de verso
piezas esclavas del sueño, alfiles incapaces, inútiles estrategias de guerrero
y en el instante,
en el derrumbe de todo,
en el minuto perfecto de esta geografía
tu océano inundando todo lo superfluo,
sepultando lo vano, lo vulgar de los planetas
La madeja tejida con la precisión del artesano
raíz que se encarama y penetra lo vacío
Estallidos de goce, aceites resbalando en lo yermo

Quietud, aires anónimos
surcos de frescura, racimos cayendo en vertical
Han pasado las tormentas
Reina tu nombre en el universo
ya no se escucha el rumor, ni el grito desgarrado
ya el tambor busca el sosiego
Nada queda ya de la espera
Aun así te nombro
antes que muera la noche
y sólo importa la bestialidad de ese sonido, muertas como están las demás armonías

Por eso el ecuador
por eso los inviernos
por eso el helecho explota en verde
por eso la sal conoce el ángulo perfecto de su cristal,

por eso te nombro

febrero de 2003

sábado, 1 de febrero de 2003

utopía de escarabajos

¿Qué le pasa al escarabajo?
anda y anda sin rumbo,
¿Acaso cree en el destino?
¿Por qué no se fija una meta?
¿Por qué me entristece ver su letanía?

Desearía verlo con paso firme
aplastar el pequeño bosque de césped que interrumpe su convicción
Adivinar su ligereza cruzando el océano que el patio
le ha deparado tras la lluvia
Pero el bicho persiste en su ceguera
su norte salta aquí y allá, y gasta su débil tiempo en rodeos ridículos.

Cuando pareciera que se va a detener
cuando creo percibir la llegada de un punto ajustado,
se desvanece la falsa geometría que mi imaginación había creado,
amaga un triunfo, me engaña.
¿Ha terminado su circuito dubitativo?
Comienza una vez más con su letargo
se carga de estupidez en su coraza y nada nuevamente hacia ninguna parte.

Tal vez sospeche de mi inquisición, quizás sepa de mi obstinación
por encontrarle una línea recta, un sendero amplio y suave
que lo conduzca a una felicidad de escarabajo.
Tal vez, sabiendo de todo ello, su devenir sea una burla,
un juego cruel que se divierte con mi nerviosismo
una trampa urdida esta misma tarde en el Olimpo de los escarabajos.

Pero gira una vez más, da tan solo tres pasos y vuelve a detenerse
No es posible, no cabe en ninguna mente, ni siquiera en la aparentemente pequeña
racionalidad de un escarabajo.
¿Es que no se da cuenta que de esa manera trabaja en vano?
Son cientos o tal vez miles de horas/escarabajo malgastadas en espirales inútiles.

Al rato, su obstinación termina por vencerme.
Tal vez sea su genética, su naturaleza,
tal vez la marcha sin rumbo sea su camino, su manera de vivir.
Quizás hasta haya elegido semejante cruz,
cansado de andar en línea recta,
harto ya de senderos amplios que no conducen a ninguna parte
rebelde ante las imposiciones euclidianas,
irrespetuoso de trazados perfectos, de rutas bien marcadas
de itinerarios que evocan llegadas que no existen.

Feliz, al cabo, en su laberinto.

febrero de 2003